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Capítulo I

Extracto del diario del capitán Douglas

3 de Marzo del 2105, era terrestre
3 de Marzo del año 5, era espacial


Todo comenzó la noche del 31 de Diciembre del 2099, aunque hacía mucho tiempo que se esperaba algo así. El punto de partida fue la costa Este de los Estados Unidos de Norteamérica. Ese invierno estaba siendo más frío de lo normal, alcanzándose temperaturas de hasta cincuenta grados por debajo de cero en la ciudad de Nueva York. Los potentes calefactores instalados en todos los edificios públicos y viviendas particulares funcionaban a pleno rendimiento.
Debido a que la comunidad científica no llegó a alcanzar un acuerdo respecto a cuándo debía comenzar el nuevo siglo XXII, unos opinaban que debía ser el uno de Enero del año 2100 y otros que el mismo día del año 2101, hubo un gran debate internacional (como si no hubiera asuntos verdaderamente importantes que debatir) llegándose al compromiso de que éste comenzaría en el 2100, algo que ya se preveía, aunque todos sabíamos que al año próximo se volvería a hacer otra gran fiesta de celebración del principio de siglo.
La cuestión era que oficialmente esa noche se celebraba la entrada del siglo XXII y para ello todas las ciudades habían preparado grandes festejos con montones de luces y fuegos artificiales. En particular, a todo lo largo de la costa Este de Estados Unidos se había construido un inmenso cartel luminoso de 100 kilómetros de largo compuesto por un billón de focos halógenos de 200 vatios cada uno, donde se leía FELIZ SIGLO XXII.
La idea era que se encendiera a las cero horas del uno de Enero y sería retransmitido desde el espacio a todo el planeta. Era el plato fuerte de la entrada de año y todo el mundo esperaba verlo con impaciencia.
Pero lo cierto es que nadie llegó a verlo ni lo verá jamás. Justo a la hora establecida, miles de ordenadores programados para tal evento repartidos por todas las grandes ciudades de la costa Este dieron la misma orden: encender millones de lámparas y demás artilugios electrónicos preparados para la celebración, con lo que se produjo un colapso energético en las principales centrales eléctricas de la región que empezó apagando todo Nueva York, ocasionando una reacción en cadena que dejó sin energía a todo el mundo civilizado en menos de cuarenta y ocho horas.
El monopolio mundial al que estaba sometido todo el planeta por las empresas suministradoras de energía, y que tanto había sido denunciado por la comunidad internacional, por fin tuvo sus fatídicos frutos. Hacía algunos años, a alguien se le ocurrió que por seguridad, todas las centrales eléctricas deberían estar conectadas unas con otras, de manera que si alguna fallaba podría abastecerse temporalmente de las otras.
La idea fue tan bien acogida (naturalmente, gracias al ahorro de coste que suponía) que la conexión se realizó a nivel mundial tirando gruesos cables a lo largo y ancho de los océanos Atlántico y Pacífico. El temor de todos los gobiernos de quedarse sin la energía de la que tanto dependían les llevó a cometer el mayor de todos los errores de la historia de la Tierra.
Si una central fallaba la siguiente se ocupaba del consumo de ésta, además del consumo propio; a nadie se le ocurrió pensar que si el fallo se producía por un exceso de consumo en varias centrales consecutivas al mismo tiempo, como así ocurrió esa noche, se produciría un efecto rebote en el resto de la red ocasionando el desastre que pudimos presenciar.

El acontecimiento se retransmitía desde la estación espacial Parinirvana, donde nos encontramos, y desde donde fuimos testigos impotentes del espectacular apagón y todas sus futuras y terribles consecuencias. Los satélites continuaron funcionando ya que eran autónomos, así como la misma estación, lo que nos permitió tener imágenes en directo de lo que iba sucediendo.
No nos podíamos creer lo que estábamos viendo; en tan sólo treinta minutos toda la mitad este de Norteamérica quedó a oscuras. En hora y media se extendió al resto del continente Americano: Canadá, México, Brasil, todas a oscuras. Tan sólo podíamos distinguir con nuestras cámaras las distintas explosiones que se producían en algunas centrales, suponemos que por el fallo de las medidas de seguridad frente a sobrecargas. También se veían muchos edificios dotados con sistemas autónomos de alimentación ininterrumpida que iluminaban parcialmente a los mismos y mantenían en funcionamiento algunos equipos informáticos.
El resto del mundo también pudo presenciar esta catástrofe gracias a las imágenes que les retransmitíamos desde la estación; lo que no podían imaginar es que no tardaría en alcanzarles a ellos también. Lo más trágico es que lo pudieron haber evitado; tuvieron hasta ocho horas para cortar las conexiones con el continente americano. Éstas estaban situadas en el Reino Unido, Japón y Australia; pero a nadie se le ocurrió hacerlo y a las nueve y cuarenta y cinco minutos, hora de Nueva York, del uno de Enero, la sobrecarga llegó primero a Tokio, de ahí pasó a China, India y todo el continente asiático; dos horas más tarde entró en Gran Bretaña y alcanzó a toda Europa. A las doce horas y cincuenta minutos llegó a Australia dejando sin electricidad al continente oceánico y algunos países sudafricanos que también se encontraban conectados.
En definitiva, habían sido necesarias menos de cuarenta y ocho horas para dejar a todo el planeta desarrollado y civilizado sin el suministro energético del que tanto dependían.
Los efectos no tardaron en producirse. El clima fue el factor determinante de la masacre que presenciamos horrorizados desde nuestra privilegiada posición. Los equipos autónomos de alimentación de que disponían algunos edificios, sobre todo los oficiales, tan sólo alimentaban parte de la iluminación y algunos equipos informáticos, pero no a las grandes maquinarias encargadas de climatizar el edificio, ya que éstas consumían demasiada energía.
El hemisferio norte vivía uno de los inviernos más duros de las últimas décadas, soportando temperaturas por debajo de los sesenta grados bajo cero. En algunos lugares como Rusia y Europa del Este los termómetros bajaban hasta los setenta y cinco grados. Mientras, en el hemisferio sur, el calor se hacía insoportable; en la ciudad de Sydney se alcanzaban los cincuenta y cuatro grados. Tan sólo en Australia contamos más de quinientos incendios, algunos de grandes proporciones y lo mismo ocurría en toda la mitad sur de Sudamérica y África.
Gracias a los satélites contábamos con imágenes de casi todo el planeta, pero no podíamos contactar con nadie en la Tierra para contarles lo que estaba sucediendo y, al mismo tiempo, nadie podía saber lo que estaba ocurriendo en otros lugares; estaban sordos, ciegos y mudos. Y muy desesperados y asustados.
Pudimos comprobar como intentaban restablecer el funcionamiento de las centrales menos dañadas sin éxito, ya que las condiciones climáticas hacían muy difícil su acceso y, además, todo el mantenimiento de las mismas se hacía de forma automática. Dependían unas de otras para su reparación; nadie había imaginado que podían fallar todas a la vez.

1 comentarios:

Poco se avanzó en el siglo XXI, recuerdo que el mismo debate se originó en 2000. En aquel año los más pudientes celebraron tres veces el inicio del nuevo año.
Con un potente reactor iniciaron su Año nuevo en una pequeña isla en el pacífico, volvieron al pasado para celebrar el Nuevo año en Londres para vover de nuesvo al pasado y inciar el Nuevo año en su población de origen Los Angeles.
Yo tuve la suerte de ir educando a mis hijos en la idea que el futuro estaba en la galaxia y deseo que generación en generación se hayan ido contagiando el deseo y se hayan preparado para mudar de este antiguo planeta a uno artificial pero vivo y joven.
En tu capitulo me tranquiliza que la mayor parte de los africanos siguen viviendo igual que en el siglo XX y que ahora el resto de la humanidad se está igualando a sus condiciones de vida.
Me va gustando el libro.
Hasta el segundo capítulo.

6 de enero de 2009, 12:04  

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