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Capítulo XXXIV

Cuarenta y dos hora después, Elena se encontraba junto a su marido en el transbordador espacial, rumbo al que, a partir de ahora, sería su nuevo hogar y el de toda su familia y amigos.
Durante el viaje tuvo tiempo de sobra para reflexionar sobre todo lo que les esperaría allá abajo. Hace años, ni en sus mejores sueños podría pensar que acabaría sus días en el mismo planeta de sus antepasados. Ese planeta que tanto había estudiado y del que tanto había leído ¿En verdad sería como lo había imaginado siempre? Pronto lo sabría.

A ella no le daba miedo el comienzo de una nueva vida; no temía a las penalidades y al sufrimiento que con toda seguridad soportarían allí abajo. No le importaba el dolor, ni el hambre, ni el trabajo, ni el agotamiento, ni el frío, ni las lluvias,... a lo que de verdad tenía auténtico terror era a la naturaleza propia del ser humano; a la avaricia, a la envidia, al rencor, a la venganza.
Después de haber estudiado la caída de tantas y tantas civilizaciones por las mismas causas, no podía dejar de preguntarse qué sería de ellos en un futuro y, hasta qué punto habrían aprendido la lección.
Le vinieron a la mente muchas palabras sabias, escritas y dichas en todos los tiempos que, al parecer, nunca fueron escuchadas por quienes debían de hacerlo; entre todas, aparecieron en su cabeza un párrafo de Ernesto Sábato, escritor del siglo XX, de su libro La Resistencia: “Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Nos pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que (únicamente) los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana”.
No estaban ciegos, ni sordos, ni mudos. Por el contrario, se daban perfecta cuenta de lo que estaba ocurriendo, y hacia donde les estaba llevando ese comportamiento; eran inteligentes, pero por lo visto, no lo suficiente. La evolución no consiguió traspasar esa barrera de inteligencia suficiente como para salvarse de ellos mismos. La pregunta era, ¿habrían sobrepasado ya esa barrera?, ¿habrían conseguido evolucionar lo suficiente como para no volver a cometer los mismos errores?
En muy poco tiempo, geológicamente hablando, el ser humano consiguió convertirse en la especie más inteligente y dominante que nunca había habitado el planeta, y sin embargo, paradójicamente, también fue la especie que menos tiempo pobló la Tierra antes de extinguirse; eso sin contar con que también fue la única especie del planeta que se autoextinguió, llevándose con ellos a la mayoría de especies con las que cohabitaban. Cómo explicarles a las futuras generaciones que ellos habían sido la causa de la sexta y más destructiva extinción masiva del planeta.
¿Se le puede llamar a eso inteligencia? Es cierto que conseguimos muchos logros muy importantes; conseguimos alargar nuestra esperanza de vida, conseguimos extendernos por todo el planeta, dominar al resto de las especies, conseguimos mejorar nuestra calidad de vida (siempre a costa de otros menos afortunados), conseguimos comprender la insignificancia de nuestra existencia cuando descubrimos que habitamos un planeta exiguo que se encuentra literalmente en medio de la nada y que algún día desaparecerá irremediablemente.
¿Y de qué nos sirvió todo eso? No se puede negar que muchas generaciones vivieron muy bien, con toda clase de lujos y comodidades. ¿Pero qué clase de ser vivo es incapaz de pensar en el futuro de su especie?, ¿acaso les daba igual cómo vivieran sus hijos o sus nietos? Cuesta trabajo pensar que esto fuera así, pero si nos remitimos a los hechos, es exactamente eso lo que parece. Vale que nos pueda dar igual cómo viven nuestros hermanos, o nuestros vecinos,... ¿Pero y nuestros hijos?
Por más vueltas que le diera al asunto, Elena no podía comprender cómo sus antepasados podían ser tan egoístas como para no pensar siquiera en sus propios hijos, algo tan esencial en cualquier especie, ya sea animal o vegetal.
¿Para qué tanta avaricia?, ¿habían conseguido de ese modo la tan ansiada felicidad? Por lo que ella había podido averiguar, más bien no, todo lo contrario; cada vez eran más esclavos de sí mismos y del sistema que los envolvía. Por lo tanto, ¿había merecido la pena tanto desarrollo, tantas comodidades, tanta tecnología, tantas guerras, tantas muertes?
Le hubiese gustado tener la respuesta, pero por desgracia, no había respuesta para esa pregunta. El destino quiso hacer borrón y cuenta nueva y ellos eran ahora los protagonistas.
O quizás no; quizás fuesen unos intrusos. Quizás los auténticos protagonistas fuesen esos humanos que habitan ahora el planeta; ellos parece que sí que han aprendido la lección. Quizás nosotros sólo vengamos a estropearlo todo de nuevo. Quizás la Parinirvana nunca debió de existir.
Elena se estremeció en sus asiento ante este nuevo pensamiento que la invadió. Le hizo ver su presunción al creerse tan importante para la continuidad de su especie; el planeta ya se había encargado de eso por sí solo, sin la ayuda de ellos. Al fin y al cabo ellos también eran el fruto de toda esa tecnología y desarrollo que llevó a la humanidad y a tantísimas otras especies a su fin. ¿Serían capaces de olvidarse de todo lo que sabían y comenzar de cero?, ¿tendrían la humildad suficiente como para llegar al planeta con el rabo entre las piernas, decirle “aquí estoy de nuevo, perdóname”, y ponerse a su servicio, el cual nunca debieron de haber abandonado?
Sí, sin duda alguna esa era la solución, empezar de cero. Cuando los antiguos pobladores de la Tierra se dieron cuenta de que el entorno no podía adaptarse a sus necesidades, sino que eran ellos los que tenían que adaptarse a él, tal y como hacían el resto de especies animales y vegetales, ya fue demasiado tarde para dar marcha atrás. Todos sabemos lo difícil que resulta ceder, agachar la cabeza, reconocer los errores cometidos y enmendarlos una vez que se ha conseguido tanto.
Sin embargo ellos no tenían nada que perder; esa era la ventaja con la que jugaban. Su meta mientras viviera sería el no perder jamás esa ventaja y hacérselo ver a los demás de la misma forma. Sabía que tarde o temprano se perdería, era inevitable. Pero también sabía que ella había hecho, y seguiría haciendo, todo lo posible por retardarlo el mayor tiempo posible.

Por fin llegaban a su destino. Por la ventanilla se podía ver abajo, a los lejos, tierra firme. Era hermoso; muy hermoso. Lo había visto infinidad de veces en pantallas de televisión y monitores de ordenador, pero nunca se podía haber imaginado que resultara tan enormemente grade y basto. Cómo pudieron transformar de esa manera un paisaje tan maravilloso. Pero lo más increíble y asombroso de todo era cómo el mismo planeta se había encargado de regenerarse y comenzar de nuevo.
Fuimos unos ilusos al pensar que éramos la especie dominante, que lo controlábamos todo. El tiempo, como siempre, se ha encargado de poner las cosas en su sitio, y volverá a hacerlo una y otra vez. Por eso es importante volver con humildad olvidándose de la supuesta supremacía con la que el hombre creía contar y que de poco le sirvió.
Pero todo eso pertenecía al pasado. Ahora les tocaba a ellos; les había llegado su hora. La rueda de la vida daba un nuevo giro, repitiéndose el mismo principio de siempre desde el comienzo de los tiempos: para que unos vivan, otros deben morir. Algún día ellos también desaparecerán dándole la oportunidad a otros. Elena esperaba dejarles un legado mejor que el que ellos recibieron.

Mientras aterrizaban, la joven historiadora tatareaba una canción compuesta en el siglo XX por un joven idealista, adelantado a su tiempo, llamado John Lennon:


“Imagina que no hay cielo
es fácil si lo intentas
no hay infierno debajo de nosotros
sobre nosotros sólo está el firmamento.
Imagina a todo el mundo
viviendo el presente.

Puedes decir que soy un soñador
pero no soy el único.
Espero que algún día te unas a nosotros
y que el mundo sea uno.

Imagina que no hay países
no es difícil hacerlo
nada por lo que matar o morir
y que tampoco hay religiones.
Imagina a todo el mundo
viviendo la vida en paz.

Imagina que no hay posesiones
me pregunto si puedes hacerlo
nada que motive la avaricia o el hambre
una fraternidad de seres humanos.
Imagina a la humanidad
compartiendo el mundo.”



FIN

2 comentarios:

SUMAMENTE INTERESANTE. Debemos y debemos, creo que nos debemos mayor considrración entre los humanos y menos obstinación !!!! El deber del que hablo es el de restar, no el de la obligación Estamos en colisión restando y nos estamos debiendo respeto y en el hacer es cuando iremos sumando para el mundo!
Un gusto

23 de marzo de 2009, 23:00  

HOLA SIENTO EN TUS ESCRITOS AL ANGEL VIGILANTE,TE DOY LAS GRACIAS EN NOMBRE DE TODOS LOS QUE AÚN SIN SABER QUE SERES COMO TU IMPIDEN MALES MAYORES. Me gustaria en el espacio del tiempo compartir largos momentos de reflexión con seres tan hermosos como tu. Hasta pronto, hasta siempre.

5 de abril de 2009, 23:24  

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