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Capítulo XVI

Esa mañana empezó la clase leyendo un pasaje del libro de las Sibilas; éstas eran mujeres que se creían inspiradas con poderes proféticos por el dios Apolo de las mitologías griegas y romanas:

– “Hubo una vez una ciudad (no importa donde quedaba, ni cómo se llamaba) antigua y próspera ubicada en el medio de una basta planicie. Un verano, mientras los pobladores se afanaban por prosperar y vivir bien, una mujer pobre, vieja y extraña llegó a una de las puertas de la ciudad cargada con doce pesados libros que puso a la venta entre los ciudadanos. Dijo que los libros contenían todo el conocimiento y toda la sabiduría del mundo y que se los cedía a la ciudad por tan sólo un saco de oro.
» La gente de la ciudad consideró la idea bastante graciosa. Pensaron que obviamente la señora no tenía noción del valor del oro y que lo mejor que podía hacer era marcharse.
» Ella se mostró conforme, pero antes, dijo, destruiría la mitad de los libros. Prendió una pequeña fogata, quemó a la vista de todos los habitantes de la ciudad seis de los libros que contenían todo el conocimiento y toda la sabiduría del mundo, y luego se marchó.
» Con algunas dificultades, la ciudad logró prosperar a pesar del duro invierno y, al verano siguiente, la anciana regresó.
» –¡Ah, otra vez usted! –le dijeron–. ¿Cómo están el conocimiento y la sabiduría?
» –Seis libros –dijo–, sólo quedan seis. La mitad de todo el conocimiento y toda la sabiduría del mundo. Otra vez se los ofrezco.
» –Ah, ¿sí? –le contestaron las personas riendo con disimulo.
» –Solo que ha cambiado el precio.
» –No nos sorprende.
» –Dos sacos de oro.
» –¿Qué?
» –Dos sacos de oro por los seis libros que quedan con todo el conocimiento y toda la sabiduría del mundo. Los toman o los dejan.
» –Nos parece –le dijeron– que usted no debe de tener mucha sabiduría y conocimiento, ya que de lo contrario sabría que no puede cuadruplicar un precio ya escandaloso para el mercado del comprador. Si ese es el tipo de conocimiento y sabiduría que pretende vendernos, entonces francamente se lo puede quedar a cualquier precio.
» –¿Los quieren o no?
» –No.
» –Muy bien. Si no es molestia, un poco de leña, por favor.
» Prendió otra fogata y quemó tres de los libros restantes a la vista de todos; luego se marchó por la planicie.
» Esa noche dos o tres curiosos salieron furtivamente a inspeccionar las cenizas para ver si podían encontrar una página o dos, pero el fuego lo había consumido todo y la vieja mujer había rastrillado las cenizas. No quedaba nada.
» Pasó otro invierno difícil que afectó a la ciudad, y causó algunos problemas de hambre y enfermedad a sus habitantes, pero el comercio siguió prosperando y, al llegar el verano, cuando volvió a regresar la anciana, ya se encontraban bastante bien.
» –Llega temprano este año –le dijeron.
» –Tengo menos que acarrear –explicó mostrándoles los tres libros que llevaba con todo el conocimiento y toda la sabiduría del mundo–. ¿Les interesa?
» –¿A qué precio?
» –Cuatro sacos de oro.
» –Abuela, usted está totalmente loca. Además, nuestra economía atraviesa por un período medio difícil en este momento. No podemos pensar en sacos de oro.
» –Leña, por favor.
» –Espere un minuto –dijeron–, esto no le está haciendo bien a nadie. Hemos estado pensando acerca de todo esto y hemos formado un pequeño comité para mirar sus libros. Déjenos evaluarlos durante unos meses para ver si tienen algún valor para nosotros, y cuando regrese el próximo año quizá le podamos hacer una oferta razonable. Pero no estamos hablando de sacos de oro, ¿eh?
» La anciana meneó la cabeza.
» –No –dijo–. Tráiganme leña.
» –Le va a costar.
» –No importa –dijo la mujer encogiendo los hombros–. Los libros arden bien sin leña.
» Y diciendo esto procedió a hacer trizas dos de los libros, que se quemaron con facilidad. Luego, se fue por la planicie dejando a los ciudadanos por otro año.
» Regresó al final de la primavera.
» –El último que queda –dijo, poniéndolo en el suelo delante de ella–. Esta vez pude traer mi propia leña.
» –¿Cuánto? –le preguntaron.
» –Dieciséis sacos de oro.
» –¡Sólo presupuestamos ocho!
» –Tómenlo o déjenlo.
» –Espere.
» La gente de la ciudad se reunió y regresó a la media hora.
» –Dieciséis sacos de oro es todo lo que nos queda –imploraron–. Son tiempos difíciles. Debe dejarnos con algo.
» La anciana canturreó en voz baja y comenzó a hacer una fogata.
» –¡Está bien! –exclamaron, y abrieron las puertas de la ciudad para que salieran dos carruajes tirados por bueyes cargados con ocho sacos de oro cada uno–. ¡Será mejor que sea bueno! –exclamaron.
» –Gracias –dijo la anciana–, lo es. Y deberían haber visto el resto.
» Encaminó los dos carruajes alejándose por la planicie y dejando que la gente se defendiera como mejor pudiera con tan sólo la doceava parte de todo el conocimiento y toda la sabiduría del mundo.”

Elena hizo una pausa mientras dejaba el libro en la estantería.

– ¿Y bien, qué conclusión sacáis de esta historia? –preguntó.
– Yo creo que ese pueblo representa a toda la humanidad –contestó una chica– y la anciana podría representar a todos los santos, profetas y sabios que han habitado la Tierra en todos los tiempos intentándoles hacer ver a la gente corriente cómo debían de vivir sus vidas.
– Sí, y como al final nadie les hacía caso, pues así les fue –bromeó otro de los alumnos.
– Bueno, bueno, vais por buen camino –prosiguió Elena–. La cuestión es que la humanidad tuvo en sus manos, a su alcance, la posibilidad de llevar una existencia en paz y en armonía los unos con los otros, pero siempre terminaban venciendo las ansias de poder y la ambición; lo que les hacía caer una y otra vez en sucesivas guerras y les llevaba a inventar todo tipo de artilugios que les hacían la vida más cómoda pero a costa de destrozar el planeta, conduciéndoles al final a la destrucción total.
» Nosotros tenemos en nuestro poder algo muy valioso, una segunda oportunidad. No sé si dispondremos de todo el conocimiento y toda la sabiduría del mundo, pero sí de gran parte. No dejemos que se consuma en la hoguera de nuevo y utilicémoslo al precio que sea. Ahora sabemos lo que puede estar en juego y también sabemos que merece la pena, aunque tengamos que pagar un alto precio.
– ¿Qué pretende decirnos cuando afirma que tenemos que pagar un alto precio? –preguntó un muchacho.
– Me refiero a que seguramente tengamos que sacrificar muchas de las comodidades a las que estamos acostumbrados. Me refiero a que tendremos que trabajar muy duro. Comenzar una nueva vida no es nada fácil.
– Pero –interrumpió otro alumno del fondo del aula– el desastre de la Tierra ocurrió por depender demasiado de la energía; teniendo en cuenta ese detalle y, conociendo otras formas de obtener energía alternativa, como ya conocemos, no creo que tengamos que renunciar a las comodidades que estén a nuestro alcance.
– Lo del apagón fue sólo la gota que colmó el vaso –respondió la profesora–. La extinción del hombre en la Tierra era algo que estaba escrito mucho tiempo atrás. Recordad el manifiesto que escribieron en el año 1992 de la era terrestre la comunidad científica internacional[1] dirigido a todas las naciones desarrolladas de entonces.
» En él se avisaban a todos esos países de los desastres que les esperaban si no cambiaban de actitud; cambio climático, epidemias, desertización, escasez de recursos debido a la excesiva demografía, etcétera. Creo que acertaron en casi todo. En el noventa y dos aún estaban a tiempo de solucionar algo, pero era tanto el sacrificio que se debía hacer por parte de toda la población, que ningún gobernante tuvo la fortaleza necesaria para intentarlo siquiera. Y si lo hubo, no tardarían en echarlo. A nadie nos gusta tener que renunciar a nada de lo que ya tenemos.
Elena le dio la palabra a una chica que llevaba un buen rato con la mano levantada.
– Ya hemos visto en otras ocasiones que la mayoría de las guerras comenzaron por motivos religiosos y, no hace mucho leí en un libro que la religión es el opio del pueblo, refiriéndose a todo el mal que le causaba a la sociedad. ¿Cree usted que deberíamos de evitar cualquier tipo de creencia religiosa para no tener problemas en un futuro?
– No, no, ni mucho menos –contestó Elena–, además eso sería imposible. Fue Karl Marx, el padre del comunismo, el que dijo eso de que la religión es el opio del pueblo, pero yo no estoy de acuerdo; en todo caso sería la religión mal entendida. Para los que no lo sepan, el opio era una droga muy extendida por todo el mundo, que iba anulando poco a poco el cerebro del que la consumía al mismo tiempo que lo convertía en un esclavo de la misma, hasta destruirlo del todo; de ahí la comparación de Marx.
» Ya comenté en otra ocasión, que la religión sólo servía de pretexto en la mayoría de las ocasiones; el verdadero trasfondo de casi todas las guerras eran las ansias de poder de los líderes, capaces de arrastrar a todo un pueblo a la destrucción por conseguir aumentar su territorio o mayor independencia política.
» En mi opinión, y parafraseando a Karl Marx, el verdadero opio del pueblo son las fronteras. Mientras yo sea esto y tú seas aquello, o yo quiera esto y tú quieras lo otro, o sea, mientras haya diferenciaciones entre la población, habrá conflictos. La Tierra siempre estuvo dividida en multitud de naciones y, éstas a su vez, se dividían también en diferentes regiones; de ahí que surgieran tantos problemas constantemente y tantas guerras. Imaginaos cientos y cientos de líderes distintos, cada uno de una nación o de una región, deseosos por conseguir cada vez más poder. Los conflictos eran inevitables.
– ¿Quiere decir eso que es imposible una convivencia en paz? –preguntó uno de los alumnos.
– Nosotros llevamos muchos años conviviendo en paz –contestó Elena–; así que no será del todo imposible. Y no sólo nosotros, en la segunda mitad del siglo XXI, después de la gran guerra entre Occidente y los países islámicos que se conoció como la Última Cruzada, el mundo vivió un período de paz que se pudo haber prolongado durante mucho tiempo, exceptuando algunos conflictos aislados en países del tercer mundo.
» La clave estuvo precisamente en la unión entre las naciones; la firma de la Constitución de los Estados Desarrollados y la creación de los distintos organismos que la regulaban, fue un paso fundamental para conseguir ese período de paz tan deseado.
» Nosotros tenemos la ventaja de que partimos de cero, y sabiendo lo que ya sabemos, debemos intentar por todos los medios permanecer unidos. Por muy grandes y fructíferas que sean esas tierra, no debemos caer en el gravísimo error de separarnos y crearnos fronteras imaginarias; y así mismo debemos inculcar esa misma mentalidad a nuestros descendientes.
– ¿Cree usted que eso será posible? –preguntó un alumno
– No lo sé, espero que sí; lo que sí sé es que en nuestras manos está el hacer que no se olvide el legado de nuestro planeta de origen ni nuestra odisea espacial durante más de dos mil años. Ese será nuestro deber con las futuras generaciones; si lo logramos podremos darnos por satisfechos –concluyó Elena dándole la palabra a otro chico que tenía la mano levantada.
– Usted ha dicho que la paz sólo se consiguió al final en los países desarrollados, mientras que en los del tercer mundo seguían luchando entre ellos. ¿Acaso no había recursos en todo el mundo suficientes como para repartirlos entre todos, o es que a nadie les importaba?
– Esa fue la gran deuda pendiente de toda la humanidad mientras vivieron en la Tierra –contestó Elena poniéndose muy seria–; y como herederos suyos debemos hacerla nuestra también para que nunca, por muchas generaciones que pasen, se nos olvide y se vuelva a repetir.
» Durante toda la historia de la Tierra se han conocido cientos de genocidios que se encuentran perfectamente documentados en los libros, como por ejemplo el de los judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, los de cristianos y musulmanes en las Cruzadas, el de serbios y albano-kosovares de la antigua Yugoslavia, judíos y palestinos, etcétera. Pero el mayor de todos los genocidios ni siquiera fue conocido como tal. Les estoy hablando de la destrucción casi completa de todo el continente africano.
» Durante los siglos XX y XXI se dejaron morir allí millones y millones de seres humanos de la peor muerte que nadie puede conocer, de hambre, sed y olvido. Estas muertes se podían haber evitado, pero como tú bien has dicho, a nadie les importaba. Y lo peor de todo es que, no sólo pudieron haber sido evitadas por los países más desarrollados, sino que para colmo fueron ellos los que provocaron esta situación tan catastrófica en el continente, por eso lo llamo genocidio. Muchos de estos países ricos consiguieron serlo gracias, precisamente a los africanos; primero con la esclavitud, después llegaron las colonias, más tarde la explotación de todas sus riquezas y el cobro de las deudas contraídas y, por último, cuando ya no tenían nada más que ofrecer, el abandono.
» Aunque tampoco sería justo culpar a toda la humanidad; sí que había mucha gente a la que les importaba. Existían multitud de organizaciones que, sin ningún ánimo de lucro, se encargaban de ayudar en lo que podían a estas personas tan necesitadas; pero sin el apoyo de los gobiernos, sus recursos eran muy limitados y, por supuesto, insuficientes.
» Debemos hacer un esfuerzo y no olvidar tampoco a estos miles de personas desconocidas que sacrificaron sus vidas para ayudar a otros más necesitados. Lo de sacrificar yo lo pondría entre comillas porque, como ya os he dicho muchas veces, no hay mayor satisfacción en la vida que la de ayudar desinteresadamente a otras personas. Os puedo asegurar que toda esta gente que ofrecieron sus servicios sin esperar nada a cambio fueron muchos más felices que todos aquellos gobernantes o dueños de grandes multinacionales que manejaban los hilos del mundo desde sus lujosas mansiones rodeadas de guardaespaldas, decidiendo quién podía vivir y a quién podían dejar morir.
– De todas formas –dijo un muchacho al que la profesora señaló– tenemos que reconocer que gobernar un estado con millones de habitantes no debe de ser nada fácil. Una cosa es la teoría y otra muy distinta la práctica.
– Tienes razón, sobretodo partiendo de la base de que nadie es perfecto. Pero una cosa es segura, y es que nosotros tendemos a complicarlo todo mucho más de lo que es de por sí.
» Como tenemos poco tiempo y el tema se pone interesante, os voy a pedir que para el próximo día os leáis el Tao Te Ching, o lo que es lo mismo, el tratado sobre el Camino y la Virtud de Lao Tse. No os preocupéis, es muy breve; consta tan sólo de ochenta y un versículos cortos, y lo podréis encontrar en vuestros ordenadores, insertados en la red. Para que veáis que tiene que ver con lo que estamos hablando, os voy a adelantar algo.

Elena cogió un pequeño libro de la estantería del aula y empezó a leer:

– “A gobierno desidioso, pueblo diligente; a gobierno activo, pueblo perezoso.
» Con la rectitud se gobierna un Estado. Con la estrategia se manda un ejercito. Con no hacer nada, se conquista el mundo. Cuantas más prohibiciones y leyes coercitivas, más pobre será el pueblo. Cuantas más armas aceradas, más revuelto andará el pueblo. Cuantos más decretos y leyes se promulguen, más bandidos habrá. Por eso dice el varón santo: yo nada hago, y el pueblo por sí mismo progresa; yo amo la calma, y el pueblo por sí mismo se arregla; yo no trabajo, y el pueblo por sí mismo enriquece.
» Gobernar un gran Estado es como freír pequeños peces, no se les puede manipular mucho no sea que se deshagan.”
» Yo no comparto todos los preceptos taoísta –continuó diciendo Elena–, pero tengo que reconocer que están llenos de sabiduría y de buenas intenciones. Estoy segura de que uno de los libros de la vieja que mencionaban las Sibilas, hablaba sobre el Tao. Si alguien se siente interesado y quiere conocer algo más sobre él, le puedo dejar este libro que tengo en mis manos y que contiene, aparte del Tao Te Ching, otro tratado mucho más extenso del Tao, escrito por otro de los grandes maestros de este pensamiento, discípulo de Lao Tse, llamado Chuang Tzu. Os leeré un fragmento para picaros la curiosidad y con esto terminamos por hoy:
» “No embarazarse con el mundo, no ataviarse con cosas, no ser descortés, no oponerse al pueblo, fomentar la paz y tranquilidad en el mundo para que el pueblo viva su vida. Contentarse con que yo y todo el mundo tengamos lo preciso para sustentar la vida y no más. De esta manera, purificar los corazones. En las doctrinas antiguas se hallaban estas cosas.
» Ser justos sin partidismos, igual con todos sin favoritismos; no mandar como señor, seguir el tenor de las cosas, sin discrepar de ellas; no andar mirando y considerando, no usar la inteligencia en discurrir y planear, no andar eligiendo, sino seguir las cosas.
» El cielo puede cubrir, pero no puede sostener; la tierra puede sostener, pero no puede cubrir. El gran Tao puede contener, pero no puede distinguir. Así, sabemos que todas las cosas tienen sus posibilidades y sus imposibilidades. Andar eligiendo va contra la universalidad. Tampoco la enseñanza llega a todo. Al Tao, en cambio, nada se le escapa.”

[1] Documento reproducido íntegramente en el Apéndice al final del libro.

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