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Capítulo VII

– Vamos Pet, no me puedo creer que nuestros potente telescopios no puedan concretar más datos sobre esos planetas –contestó el capitán Jorel un poco alterado después de que Pet le contara el descubrimiento de Ayina.
– Pues me temo que así es –le repuso Pet–. Si queremos obtener datos fiables sobre esos planetas tendremos que acercarnos bastante más.
– Bueno, ya sabes que no depende de mí. Lo tendré que consultar con el consejo; aunque me temo que sé cual será su respuesta –concluyó el capitán con cara de resignación.

Pet y Ayina se miraron y esbozaron una sonrisa cuando el capitán se dio la vuelta. Efectivamente sabían que el consejo de ancianos darían carta blanca a la aproximación a los planetas, cosa que no agradaría mucho al capitán.
El capitán Jorel tenía sesenta y ocho años y llevaba veinte en el cargo. No era hombre de acción precisamente; él sostenía la idea de que estaban bien como estaban, y si eran felices así ¿para qué complicarse la vida buscando un planeta extraño en el que sabe Dios los peligros que les acecharían?
Aunque a lo que realmente el capitán tenía auténtico terror era al hecho de quedar mal delante del consejo y de toda la nave. Le producía verdadero pánico el que ocurriera algún desastre siendo él el responsable. El capitán Jorel era un hombre muy inteligente y capacitado, que logró el puesto por méritos propios; su único problema es que tenía la autoestima por los suelos y, dicho sea de paso, no era muy valiente. Mientras la rutina fuera la que mandara en la nave, era el perfecto capitán; no se metía con nada ni con nadie. Pero en el momento que surgiera algún problema en el que tuviera que tomar alguna decisión más o menos importante, se ponía muy nervioso, dejando al descubierto su falta de arrojo. Después de tantos años, ya todos lo conocían bien y procuraban no ponerle en ningún aprieto serio; después de todo, el capitán era un buen hombre.

Sobre el consejo de ancianos hay poco que decir. Lo formaban aquellas personas que pasaban de los cien años y, por supuesto, querían pertenecer a tan selecto grupo. Podía parecer un pretexto para mantener ocupados a estos hombres y mujeres que, por su edad, habían dejado de desempeñar sus respectivos trabajos en la nave; y lo cierto es que así era, ya que en la práctica eran muy raras las ocasiones en las que tenían que tomar decisiones verdaderamente importantes. Pero eso sí, tampoco se les puede restar importancia; la más mínima alteración en el orden de la Parinirvana, no se producía sin el previo consentimiento del consejo de ancianos, y toda la población de la nave respetaba su decisión con absoluta obediencia, fuese ésta cual fuese.
Hacía algunos años, un grupo de habitantes solicitó el aumento de la población de la nave en cincuenta individuos más; se creó cierta división y polémica en la pacífica comunidad a raíz de la solicitud. La mediación del consejo de ancianos fue de vital importancia; después del minucioso estudio de todos los datos expuestos por los dos bandos, llegaron a la conclusión de denegar la solicitud. Todos respetaron la decisión y no se ha vuelto a hablar más sobre el tema.
Otras de sus funciones es la mediar ante conflictos personales importantes que se les escape de la mano a los afectados, aunque esto era algo que ocurría en muy pocas ocasiones. Por lo general, los habitantes de la nave solían solucionar sus pequeñas diferencias de forma pacífica y educada; esto era consecuencia del sistema educativo tan estricto que se implantaba en la nave, herencia del capitán Douglas. Desde muy pequeños se les inculcaba a todos los habitantes la importancia de valores como la responsabilidad, el respeto, la tolerancia, la solidaridad, el esfuerzo y el sentido del deber. El haber pasado todos por la misma escuela es algo que se nota en el ambiente de la nave, en donde se respira una cordialidad entre todas las personas que en ocasiones raya la cursilería.
Y es por ello que el consejo raras veces tenía que intervenir en conflictos personales. Se podría decir que esta semana ha sido la que más trabajo han tenido en mucho tiempo, ya que han sido convocados por dos veces por el capitán en menos de siete días. La primera fue para convencerles de que no era necesario adentrarse en el cinturón de asteroides al que se aproximaban y, por consiguiente, había que fijar otro nuevo rumbo. Y la segunda había sido para todo lo contrario, de ahí el estremecimiento del capitán cuando se presentó ante ellos.
Al capitán Jorel le temblaba la voz cuando les comunicó los resultados de la investigación de Pet y Ayina. Sabía que los ancianos habían estado trabajando duro durante seis días para decidir qué nuevo rumbo tomar, ya que ésta era la decisión más importante que un consejo podía tomar, de ella dependía el destino de toda la nave en el futuro.

– Capitán, espero que sus conclusiones sean acertadas –expuso Travis con una seriedad inusual en él erigiéndose portavoz del consejo–. Según estos datos necesitaríamos varios años para cruzar ese cinturón de asteroides, y, teniendo en cuenta el tamaño de algunos de esos pedruscos, ¿de verdad piensa que merece la pena intentarlo?

Travis conocía de sobra la respuesta, pero le divertía ver en apuros al capitán Jorel. Con ciento veintiocho años de edad, Travis era la persona más anciana de la nave; había ocupado el puesto de capitán antes de retirarse a los ciento ocho años cediéndole el puesto al actual capitán. A pesar de su edad, poseía una lucidez mental extraordinaria; se podría decir que era la persona más respetada de la nave, sus opiniones eran tenidas en cuenta por todo el consejo con la mayor devoción.

– Se... señor –contestó Jorel consciente de la superioridad de su interlocutor–, los ingenieros están todos de acuerdo en que se trata de planetas rocosos, pero a esta distancia es imposible analizar la composición de sus atmósferas. Existen varios cinturones de asteroides entre la nave y los planetas que impiden que nuestros telescopios tomen datos fiables. No hay muchas posibilidades de que sean habitables y el viaje puede ser peligroso; si... si les parece podemos olvidar el asunto y continuar con el plan anterior.
– No diga estupideces, capitán –le increpó Travis levantando la voz, simulando que se encontraba muy enojado–. Le creía a usted más sensato. Sabe que no podemos darle la espalda a ningún planeta sin verificar antes minuciosamente su habitabilidad, por pequeña que sea la probabilidad. Nos jugamos mucho capitán, así que salga inmediatamente de aquí y ponga rumbo hacia esa estrella, y si morimos en el intento, lo haremos con la cabeza muy alta y orgullosos de haber hecho todo lo posible por preservar la humanidad –concluyó solemnemente el excapitán.
– Creo que te has pasado un poco, Travis –comentó Julia una vez hubo salido el capitán de la sala–. Creía que esta nave estaba bien equipada para atravesar cualquier cinturón de asteroides sin peligro.
– Y así es, querida Julia –contestó Travis con una sonrisa maliciosa en la cara–. Hay menos posibilidades de chocar con un asteroide que de encontrar vida en uno de esos planetas, imagínate. Pero no me dirán que no les ha hecho gracia la cara del capitán cuando ha salido de aquí; no se ha mojado los pantalones de milagro.
– Eres muy cruel con él –terminó diciendo Julia, riéndose también junto con los demás miembros del consejo.

Lo cierto es que muchos habitantes de la Parinirvana, incluido algunos miembros del consejo de ancianos, compartían la misma opinión que el capitán Jorel respecto a la necesidad de encontrar algún planeta para vivir; consideraban que en la nave tenían todas sus necesidades cubiertas y no les apetecía mucho afrontar ningún peligro por nada, por pequeño que éste fuera.
Pero también sabían que lo que hacían no era por puro capricho. Todos conocían la fragilidad de la Parinirvana; a pesar de llevar dos mil años viajando sin ningún accidente serio, nadie podía asegurar que éste no se produjese en cualquier momento. La rotura de alguna pieza de la nave imprescindible para su funcionamiento, una avería en los reactores irreparable, alguna enfermad desconocida, una colisión; eran muchos los peligros que les acechaba ahí arriba, y estaban solos. Aunque a muchos no les gustase la idea, todos eran conscientes de la necesidad de encontrar un planeta donde poder establecerse para perpetuar la especie.

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