Blogger Template by Blogcrowds.

Capítulo XXXII

Al llegar al apartamento, Elena se sorprendió al ver a su marido tan temprano esperándola.

– Vamos debemos darnos prisa –le comentó éste–. Han convocado una reunión urgente para esta tarde.
– ¿Algún contratiempo grave? –preguntó Elena nerviosa.
– No lo sé; por lo que he podido escuchar, Elías, uno de los geólogos, ha hecho un descubrimiento importante analizando unos datos obtenidos por uno de los robots sobre unas muestras de rocas del planeta.
» Debe de ser algo importante a juzgar por el nerviosismo del capitán cuando me informó de la reunión. Él mismo fue el que me pidió que vinieras tú también.
– Vaya, no sé si eso será bueno o malo; me temo lo peor, Pet. Pensábamos que teníamos todos los problemas resueltos y vete a saber ahora qué es lo que han descubierto para que no podamos bajar a ese dichoso planeta. Ya me estoy empezando a cansar un poco.
– Tranquilízate, aún no sabemos de qué se trata. Seguro que no será para tanto. Ya sabes como es el capitán, se ahoga en un vaso de agua.
» La reunión es para dentro de una hora, así que no tenemos mucho tiempo. Ya me he encargado de mandar a Eli a casa de tus padres, la recogeremos cuando salgamos.

Una hora más tarde, Pet y Elena llegaron a la sala de reuniones. Allí se encontraban, a parte del consejo de ancianos y el capitán, la mayoría de los futuros tripulantes del primer vuelo al planeta y muchos de los científicos más importantes de la Parinirvana.

– Bien, ante todo permítanme que les pida disculpas por la urgencia de esta reunión –comenzó diciendo Elías, un geólogo de mediana edad que también pertenecía al grupo de los primeros exploradores del planeta–. Ha sido necesario debido al inminente despegue del transbordador; no tenemos mucho tiempo y, creo que lo que hemos descubierto es lo bastante importante como para analizarlo detenidamente entre todos antes de seguir adelante.
» Iré al grano. Llevaba unos días preocupado por unos análisis de la composición de unas rocas que me había enviado uno de los robots. Yo mismo lo envié hasta esa zona ya que, desde un principio, me resultaba extraña esa formación rocosa.
El geólogo puso en funcionamiento el monitor principal de la sala, insertó una unidad de memoria y aparecieron unas imágenes de una pared rocosa con una franja mucho más oscura en el centro.
– Aunque no se puede apreciar bien en la fotografía sus dimensiones, esa pared tiene unos doscientos kilómetros de longitud –continuó hablando el geólogo–; y la franja central más oscura mide alrededor de cien metros de grosor. No es la única formación semejante que existe en ese planeta, pero sí la más significativa, de ahí que sintiera curiosidad por la composición de ese material más oscuro.
» Lo primero que pudimos comprobar es que no se trata de un solo tipo de mineral o roca, sino más bien la mezcla de muchos muy compactados. Entre ellos hay mucha abundancia de hierro pero, e aquí la primera sorpresa, no se trata de mineral de hierro puro sino en aleaciones como el acero y algunas otras más. Esto ya nos inquietó bastante y pensamos que se podría tratar de algún error.
» Pero ahí no quedó la cosa; había otros materiales que no costaban en nuestros catálogos, en teoría eran desconocidos, algo que podía ser normal tratándose de un planeta nuevo para nosotros. Pero no nos quedamos conforme y seguimos investigándolo utilizando librerías antiguas de la Tierra por si encontrábamos algo parecido y... ¡bingo!, lo encontramos. Esa enorme franja oscura que ven ahí se encuentra en su mayoría formada por hormigón y asfalto muy compactado por el peso de la roca que la cubre.

En la sala no se hicieron esperar las exclamaciones y los murmullos de asombro por parte de todos los asistentes.

– Los expertos han comprobado los datos cientos de veces –intervino en esta ocasión el capitán Jorel–, y no hay lugar a dudas; se trata del mismo hormigón utilizado por los humanos del planeta Tierra en sus construcciones, así como el asfalto de las carreteras y otros componentes totalmente artificiales que también se han identificado.
– Pero, ¿cómo es posible? –preguntó Julia asombrada–, ¿qué quiere decir esto?, ¿acaso creen que en ese planeta vivieron civilizaciones de humanos hace miles de años?
– Exactamente veinte millones de años –continuó el geólogo–. Esa es la edad aproximada que tienen esos restos analizados. Y esas civilizaciones a que te refieres, Julia, son exactamente las que todos conocemos, nuestros antepasados; hemos vuelto de nuevo al mismo lugar del que partimos hace más de dos mil años; ese planeta es la Tierra.

En esta ocasión los murmullos se convirtieron en auténticos gritos de asombro por parte de todos. Tanto es así que Julia se tuvo que levantar de su asiento para poder poner un poco de orden en la sala.

– Calma señores, por favor –imploró la portavoz del consejo de ancianos–. Elías, será mejor que aclares eso que acabas de decir. Cómo puedes estar tan seguro.
– Eso es imposible –gritó uno de los ancianos–; sólo hace unos dos mil años que abandonamos el planeta; ¿qué insinúa?, ¿que hemos viajado en el tiempo?
– No, no ha sido necesario viajar en el tiempo –continuó Elías–. Me llevó un día entero darme cuenta, pero al fin lo comprendí. ¿Ya no recuerdan lo que aprendieron en la escuela cuando eran jóvenes?
– ¡Claro! –exclamó Pet de repente–, ¡Einstein! ¿Cómo no lo vimos antes? La teoría de la relatividad especial de Einstein podría explicar por qué en la Tierra han transcurrido veinte millones de años mientras que para nosotros, sólo han pasado algo más de dos mil.
– Exacto –prosiguió el geólogo–. Hasta ahora nos había sido imposible comprobar con precisión la relación entre velocidad, espacio y tiempo que Einstein predijo en su teoría de la relatividad. Nuestro viaje puede suponer la prueba definitiva de esta parte de la teoría. Es la única explicación que se me ocurre; estoy seguro de que los físicos llegarán a la misma conclusión después de hacer sus comprobaciones.
– Pero un momento –interrumpió uno de los ingenieros–; yo creía que la teoría de la relatividad especial predecía justamente lo contrario; acordaos de la paradoja de los gemelos; el que viaja al espacio vuelve más joven que el que se queda en tierra, por lo tanto es como si viajara al pasado y no al futuro como hemos hecho nosotros.
– No, no, piénsalo bien –añadió uno de los ingenieros físicos presentes–. Si el viajero vuelve más joven quiere decir que para él, el tiempo ha transcurrido más lentamente; justamente lo que nos ha ocurrido a nosotros. Elías tiene razón, teniendo en cuenta la velocidad a la que hemos viajado y el espacio que hemos recorrido, es perfectamente posible que estemos en la Tierra veinte millones de años después de haberla dejado, aunque parezca increíble.
– ¿Y qué pasa con el sistema de navegación? –preguntó un anciano–, ¿cómo es posible que nos haya traído de nuevo al punto de partida sin que nos percatásemos de ello?
– Para poder explicar eso –respondió el capitán– habría que remontarse siglos atrás seguramente. En alguno de los cambios de rumbo anteriores, teóricamente en el último, hace más de setecientos años, alguien sin darse cuenta fijaría la dirección de la nave en sentido opuesto, justo hacia el Sol, donde nos encontramos ahora. Quién podía imaginar que ocurriría algo así.
– Vale, eso puede ser posible –intervino de nuevo Julia–, pero ¿qué hay de todos los indicios que encontramos y que nos demostraban que éste no era el planeta Tierra?
– También tiene su explicación –contestó esta vez Elías–. Siempre habíamos supuesto que en el planeta Tierra también habían transcurrido dos mil años, por eso no nos coincidía nada de lo que observábamos; si hacemos esas mismas comparaciones teniendo en cuenta que han pasado unos veinte millones de años, podremos comprobar como sí que puede ser más que posible que ésta sea la Tierra.
» De momento ya hemos comprobado la distancia de la Luna y, sabiendo que se aleja de la Tierra cuatro centímetros por año, coincide perfectamente con la distancia que tiene ahora. Además hemos hecho que los ordenadores calculen la teórica posición de las placas tectónicas de la Tierra después de este tiempo y también nos dan una situación muy parecida. Y por lo que respecta a los restos que pudimos dejar en el espacio cuando nos marchamos, me refiero a los satélites, telescopios y demás artilugios que quedaron orbitando el planeta, es perfectamente normal que después de tantos años no quede ni rastro.
» Por mi parte, tenemos indicios más que suficientes para afirmar que hemos vuelto a nuestro planeta de origen.

La rotunda afirmación del geólogo había dejado a todos los presentes perplejos y sin saber qué decir; después de un incómodo silencio de varios segundos, intervino Elena intentando poner las ideas en orden.

– Lo cierto es que la noticia es increíble, pero no debe de cambiar para nada nuestros planes. Si estamos de nuevo en la Tierra, mejor que mejor, ya la conocemos bien, así que los riesgos son mínimos. ¿Qué mejor planeta para vivir que el nuestro propio?
» Lo verdaderamente importante es que las condiciones de habitabilidad han mejorado considerablemente desde que lo abandonamos, así que no creo que tengamos nada que temer allí abajo. Será como una vuelta al hogar.
– Elena tiene razón –dijo Julia–. Ahora más que nunca debemos continuar con lo que teníamos pensado. Pasado mañana partirá el primer transbordador a la hora establecida, y será mejor que vayamos preparando ya los siguientes vuelos. La fortuna nos ha brindado una segunda oportunidad, espero que esta vez no lo echemos todo a perder de nuevo.

0 comentarios:

Entrada más reciente Entrada antigua Inicio